El lado oscuro del Luna.
Gastón es de Santa Fe y trabaja en una pinturería por el centro de la ciudad. Su padre tiene un taller mecánico y su mamá es cajera en una farmacia. Como la mayoría de los jóvenes de veintipico, apenas tiene algunas cosas claras en su vida. Una de ellas es que se piensa y se siente libertario. Nació a mediados del 2001, cuando el país estaba por prenderse fuego. Desde que tiene memoria, para él el Estado y los que lo manejan no son una fuente de soluciones sino más bien lo contrario. En el 2015 su papá tuvo que cerrar el taller porque le faltaba una habilitación que pedía la municipalidad y, en el año y medio que tardó en volver a abrir, la familia la pasó mal. Los índices de inflación, de los únicos que tiene memoria, arrancaron siempre con dos dígitos y con un dos adelante. Por eso es que en el 2020, cuando la cuarentena obligó a su papá a cerrar el taller y a la familia a depender del sueldo de la mamá, Gastón empezó a prestarle más atención a las “ideas de la libertad” y a seguir los videos de influencers como Emmanuel Dannan, “Es de Peroncho” y “Tipito Enojado”. Mediante las redes sociales entró en contacto con algunas personas que pensaban parecido, y antes de fin de año ya se había afiliado al Partido Libertario. Gastón estaba contento: por primera vez creía en un proyecto político, por primera vez compartía asados, encuentros y volanteadas con jóvenes de su edad que pensaban parecido y querían las mismas cosas. Esa adrenalina de colaborar en un proyecto colectivo iba a llegar a un pico en el 2021. El “peele” estaba en franca expansión, y para fin de ese año iba a tener juntas promotoras, el paso previo a constituir un partido reconocido por la ley, en 18 provincias. Pero, sobre todo, habían encontrado un referente, un candidato que decía lo que ellos decían, que pensaba lo que ellos pensaban y que prometía traer votos. Era Javier Milei, al que habían afiliado al espacio a principios de 2019. Y ahora llegaba el turno del debut político del león en las elecciones legislativas. Por eso es que Gastón no dudó en ir al lugar de los hechos. Durante el primer semestre del 2021 ahorró plata, la poca que le sobraba del sueldo, como para poder cubrir el viaje y la comida durante dos fechas: el 12 de septiembre y el 14 de noviembre. La primera jornada, la de las PASO, fue una fiesta. “El día más feliz de mi vida”, dice Gastón. Llegó temprano a Retiro, y por orden del partido estuvo fiscalizando en una escuela de la Villa 31. En los días previos al viaje Gastón no habló de otra cosa. La información que llegaba de Capital Federal era siempre la misma: Milei iba a sacar alrededor de siete puntos. Ocho era un excelente resultado, y arriba de los dos dígitos directamente un milagro, de esos que no suelen suceder en estas latitudes. Esa sensación era la que compartían todos en la campaña. Por eso fue que, cuando terminaron de contar los votos de la escuela, Gastón sintió que estaba siendo protagonista de un suceso extraordinario, de esos que dentro de una centuria hablarían los historiadores. Milei consiguió poco más del 13%. No lo podía poner en palabras, atragantado de felicidad, pero el joven se convenció de que estaba en el lugar justo y en el momento indicado. Algo de razón tenía: tanto en las PASO como en las generales la Villa 31 fue el barrio en el que más votos sacó el novedoso espacio, la comprobación empírica de que el peronismo había perdido la hegemonía electoral en la clase trabajadora y de que, a contramano de las predicciones del círculo rojo, el fenómeno Milei era algo para tomar en serio. Pero lo que sucedió el día de las votaciones generales no estaba en los planes de nadie. Gastón, como si fuera Carlos Bilardo repitiendo las cábalas, hizo exactamente lo mismo que en las PASO: juntó plata, viajó a Retiro, fue a la Villa 31, fiscalizó, se sorprendió con el 17,06% de los votos, festejó, se emocionó, cantó, saltó. Pero cuando llegó al Luna Park, el estadio que La Libertad Avanza usó de búnker, toda su alegría voló por los aires. Unos patovicas que estaban en la puerta le prohibieron entrar con la bandera del Partido Libertario colgada en la espalda. Gastón intentó convencerlos: “Había venido de Santa Fe con mi propia plata, fiscalicé todo el día, dejé todo, no podía entender por qué no me dejaban pasar”. Intentó charlar, intento empujar, pero no hubo caso. O dejaba la bandera y cualquier signo partidario o se iba a su casa. Lleno de bronca y con un nudo en la garganta, se fue. Y cuando volvió a Santa Fe lo primero que hizo fue desafiliarse. Esa noche algo comenzó a romperse, a pudrirse desde adentro. Gastón, claro, no lo sabía. Tampoco lo sabían los otros militantes del Partido Libertario —muchos habían ido de Córdoba y de Entre Ríos, además de los de Capital y Provincia— a los que patotearon y no dejaron pasar al Luna Park en aquel momento. De hecho, lo más probable es que ni siquiera Javier Milei lo supiera. Pero esa jornada, la misma en la que el liberalismo festejó la mejor elección que hizo en la historia de la democracia argentina, el espacio comenzó a implosionar. Comenzó a convertirse en exactamente lo contrario a lo que decía ser, a lo que había nacido para ser. Cuando pasara la humareda, mucho después de aquel acto, de un lado iban a quedar cientos de militantes como Gastón, los convencidos que pusieron sangre, sudor, lágrimas y plata de su propio bolsillo. Del otro iban a estar a los que el propio Milei describe como mercachifles y runflas de la política que viven desde hace generaciones del Estado. Pero lo que nadie podía imaginar en aquella noche triunfal del liberalismo, en la que el economista manifestó por primera vez sus deseos de aspirar a la Presidencia, que el líder iba a quedar de este bando. * * * El pus oculto debajo del acto de Milei en el Luna Park fue invisible a la vista, como pasó y pasa con muchas cosas que suceden en el planeta libertario. Gastón, el militante santafesino, no lo hubiera podido ver ni aunque lo hubieran dejado pasar con su bandera. Sin embargo, si el joven hubiera decidido dejar sus principios en la puerta podría haber sido testigo de un suceso igual de extraño. Fue Jorge Cusanelli, un puntero del peronismo bonaerense que poco tiene que ver con las ideas del liberalismo, el que decidió que ningún distintivo del Partido Libertario entrara al lugar. “Cachi”, como lo llamaban en los años en que fue una de las figuras del motociclismo nacional, se había ganado de dos maneras su lugar en el armado. Una fue por la sociedad política que tiene con Bernardo Rivera, el dueño de “Todos por Buenos Aires”, un sello de goma de la Provincia que Milei evaluó como plan de emergencia por si su candidatura en Capital tenía algún problema legal y que terminó compitiendo con el aval discreto del libertario. Fue una lista que no superó las PASO pero que llevó de candidata a la asesora y mano derecha del economista, Lilia Lemoine, y que recibió, como todos los otros partidos del distrito, $16 millones de parte del Estado. La otra manera fue a fuerza de plata. Durante las elecciones del 2021 “Cachi” pagó de su propio bolsillo la logística y el traslado a los actos, contrató autos, combis e incluso el convoy que Milei usó para su ciclo de “clases abiertas de economía” en el Parque Centenario. El motociclista también repartía sobres de dinero a los popes de la campaña, y en especial a los más cercanos al líder del espacio. “Tomá Lilia, para los viáticos”, le dijo a Lemoine, la secretaria personal del libertario, un día de agosto, mientras le dejaba $50 mil pesos arriba de la mesa. Y ella no fue la única. El puntero, además, financió a la seguridad. Los patovicas que no dejaron pasar a Gastón respondían a sus órdenes, que eran muy claras: solo entraban las decenas de banderas que “Cachi” había mandado a hacer, unas con un gigantesco león amarillo sobre un fondo negro que llevaba la leyenda de “Milei”. Pero Cusanelli fue mucho más que todo esto. “Cachi” fue el paciente cero, el primer caso de la enfermedad que infestó a La Libertad Avanza, la primera persona que nada tenía que ver con las ideas del liberalismo que se ganó un importante lugar dentro del espacio poniendo billetes, sellos, contactos y recursos. Fue el primer caso de ese virus que se devoró a todos los que quisieron hacer las cosas de otra manera, de la manera en que Milei decía en público que había de hacerse. Cusanelli fue el primero. Pero, como se comprobó con el tiempo, estaba muy lejos de ser el último.
* * * Del evento en el Luna Park pasó más de un año. Ahora es el verano de 2023, falta cada vez menos para las elecciones presidenciales, y la Ciudad se derrite por el calor. En una estación de servicio, alejada de la vista, espera una de las personas que vio muy de cerca la cara oculta de La Libertad Avanza y que por ese pecado fue expulsado del armado. La fuente se revuelve en la silla más apartada de la entrada. Tiene enfrente una lata de bebida energizante vacía, un anotador, y unos ojos inquietos que siguen a cada persona que pasa la puerta. No hace falta ser detective para notar los nervios que trae. ¿Qué tiene para decir que lo hace estar tan asustado? A poco de empezar a hablar un hombre de unos cuarenta años entra al bar, y la fuente se agita. “¿Este está con vos? Es del Partido Demócrata”, dice, sin mirar al sospechoso para no llamar la atención, pero señalando con el índice las siglas “PD” que lleva en la remera. Ese espacio había sido uno de los primeros aliados de Milei, aunque ahora estaban en una situación de tensión. Ante la duda, la fuente pide levantarse y continuar la charla en la calle. Al salir vemos de cerca al presunto espía: la leyenda era de la banda de rock británica Deep Purple, que tiene la P más grande que la D y de ahí la confusión. La fuente levanta los hombros y pide disculpas. Vienen siendo meses difíciles, dice. Caminamos unas diez cuadras y luego hacemos el camino inverso. Para esta altura el calor es directamente insoportable, pero lo que cuenta es una novela atrapante. Un policial que incluye coimas, negociados, aprietes, peleas físicas entre efectivos de la fuerza de seguridad más selecta del país y punteros del peronismo, y, sobre todo, un estado de corrupción generalizado dentro del espacio de Javier Milei. —Ah, y también hay un barrabrava muy metido— dice, frenando en seco en el medio de la calle y con la mirada seria—. El que era el mejor amigo de Schenkler. Hago memoria. Alan y William Schenkler eran los hermanos que dirigían una facción de Los Borrachos del Tablón, la barra de River Plate. En agosto del 2007, después de un largo enfrentamiento con otro sector de los violentos que venía dejando heridos por doquier —con una batalla cinematográfica que se conoció luego por los medios como “la pelea de los quinchos”—, instigaron el asesinato de Gonzalo Acro. Hasta hoy, ese episodio sigue siendo considerado el crimen más sangriento de la historia del fútbol argentino. —Tenés que entender el acto en el Luna Park—, dice la fuente, jugando al misterio pero con un miedo genuino de revelar todo lo que sabe—. Si entendés el Luna Park, entendés todo.
El lado oscuro del Luna II: de barrabravas y asesinos
9 de mayo del 2001. Para que nazca Gastón, el militante que echaron en la puerta del búnker libertario, faltan dos meses. Para que el país vuele por los aires faltan ocho. Para que Sebastián Ricardo Lombardi reciba —por lo menos— medio millón de pesos de parte del espacio de Milei faltan veinte años. Para todo eso falta. En este día del arranque del milenio, Lombardi es un joven de 21 años que está estudiando para ser abogado. A pesar de ser hincha de Boca, tiene varios amigos íntimos de River a los que conoció en el colegio primario. “Willy”, como lo llama, es a quien más quiere. A él lo sigue a todos lados: lo acompañó a la cancha de Nuñez en más de una ocasión —donde fueron con el hermano mayor de su compinche, que se mueve como pez en el agua en ese estadio—, y ahora, que se quedaron sin porro para fumar, lo siguió hasta su auto para ir a comprar más. Es la noche del miércoles 9 de mayo y el coche que maneja William Schenkler encara para la villa Borges, una barriada peligrosa en los confines de Vicente López. Dos días después, el viernes 11, un Schenkler vuelve a ir hasta Borges. Pero esta vez es Alan, que no va en el VW Polo bordó de su hermano William, sino en un “auto oscuro”, como apuntarían luego varios testigos. Alan Schenkler lleva una pistola 9 mm, un revólver calibre 22 con un silenciador, y una furia de mil demonios: el miércoles asaltaron a “Willy” cuando estaba comprando marihuana en la villa junto a Lombardi. Le pegaron un tiro en el estómago y su vida, luego de ser operado en el sanatorio Santísima Trinidad de San Isidro, pende de un hilo. Para aquel momento, el mayor de los Schenkler ya es uno de los pesados de la barra de River, y tiene bien entendidos los códigos de la mafia. Vive y muere —y, llegado el caso, mata— según la ley del Talión. Alan, que viaja en el asiento de acompañante, va hasta el mismo lugar de la emboscada. Es la calle Borges, entre Lugones y Valle Grande. Después de esperar un rato con el auto apagado, quien maneja levanta un dedo y apunta a Mario Francisco Sianzi, un dealer del lugar con antecedentes penales. “El Gordo Popo”, como lo conocen en el barrio —por su contextura física, pesa ciento cincuenta kilos— había sido quien, dos días atrás, le robó y le disparó a “Willy”. Vueltas de la vida: además de unos pocos pesos, Sianzi se llevó del auto del menor de los Schenkler un bolso que no le sirvió para mucho, ya que estaba repleto de ropa de River, y que terminó tirando en un baldío. El dealer fue, todos los 23 años que vivió, un fanático hincha xeneize. “Tatuaje de un escudo de Boca Juniors con la inscripción de la palabra ‘Mario’, en región deltoidea del brazo derecho”, confirmará luego la autopsia. —Eran las once de la noche—, dirá Elizabeth Sianzi, la prima de Mario, en el juicio—. Estábamos los dos sentados en la esquina, haciendo patys en una parrillita. Y llega un auto gris. Ahí venía el pibe este ‘Slaker’, porque después lo vi en la tele y lo reconocí, cuando saltó que estaba en un juicio. Él estaba de acompañante, y era él porque yo no me voy a olvidar de él y creo que él tampoco se va a olvidar de mí. Llega y nos pide droga. Mi primo le dijo que no tenía nada porque no lo conocía, al que no se lo conocía no se le vendía, y le decía que se vaya porque andaba la policía. Pero no se iba, y decía que no. En un momento sacó el arma, un arma negra con un silenciador, y me la puso a mí en la cabeza. Ahí mi primo le gritó ‘qué hacés hijo de puta’, y le agarró la mano y se la llevó contra él. Ahí le dio un tiro en el pecho, que no se sintió porque tenía silenciador, y yo me paré, y mi primo me decía ‘corré, corré’ y él de adentro del auto le seguía tirando tiros, le seguía tirando, y decía ‘gordo hijo de puta, gordo hijo de puta’, y le tiraba y le tiraba y yo gritaba. Cuando mi primo no daba más, porque me parece que se quedó sin balas, se dio vuelta el que manejaba y dice ‘agarrala a esa, agarrala a esa’ y yo me voy corriendo. Cuando empecé a correr, el que manejaba me empezó a tirar tiros pero ese ya no tenía silenciador, ese me tiraba, y cuando yo entré al pasillo corriendo me tiró dos tiros más y siguió de largo. Y se fueron. “Slaker”, el que mató a Mario Sianzi, era Alan Schenkler. Elizabeth lo reconoció —“no me voy a olvidar de él”— diez años después de que su primo diera su último respiro. “El juicio” que “saltó” era el de Gonzalo Acro: a mitad del 2011 la causa por el asesinato del hincha de River llegó a los tribunales, con una amplia cobertura de todos los medios del país que se pasaron horas hablando del crimen y de sus instigadores, los capos de una facción de Los Borrachos del Tablón. En uno de esos días, de pura casualidad, Sianzi vio en la televisión al asesino de su primo. —Fue una masacre—, fueron las últimas palabras de Elizabeth Sianzi en el juicio del 2011. Pero, ¿quién era el que manejaba? ¿Quién era el que le disparó varias veces desde el auto a Elizabeth Sianzi? La lógica indica que, a tan solo cuarenta y ocho horas del disparo a William —en una era previa a las redes sociales y a los celulares con 4g—, habría nada más que una persona que podía identificar al hombre que Alan estaba buscando para matar. El único que estaba con el menor de los Schenkler cuando sucedió el robo: Sebastián Lombardi. Hacia él apuntaron varios testigos. “Para mí, este auto estaba manejado por la misma persona que había venido el miércoles, que después vino a marcarlo porque cómo iba a saber quién era mi primo”, sostuvo Sianzi. El padre de Acro, Alberto, que también declaró en esta causa, fue en la misma dirección. “La persona que lo acompañaba era alguien al que le decían ‘Lomba’, creo que de apellido era Lombardi. Tengo la marca del auto, un Alfa Romeo gris”, dijo, y estaba en lo cierto en al menos una parte: Lombardi tenía un Alfa Romeo gris, color que coincide con el que tenía el auto que la prima del dealer dijo ver en la noche del crimen. El que también dio un testimonio similar en el juicio fue Adrián Rosseau, el líder de otra facción de la barra. “La venganza la planeaba con el mejor amigo de William”, al que conocía “con el nombre de Lomba”, que “andaba siempre en un Alfa Romeo”. De todo esto pasó una vida. Schenkler cumple una condena de 12 años por el “homicidio agravado por la utilización de armas de fuego” de Sianzi y perpetua por el “homicidio con dolo eventual agravado por la utilización de armas de fuego” de Acro. Por el caso del hincha de River a William le dieron la misma pena. Todas las causas ya fueron ratificadas por la Cámara de Casación y por la Corte Suprema. Ahora los Schenkler pasan sus días en la cárcel de Marcos Paz, desde donde Alan, devenido influencer de las redes —donde comparte mayormente contenido de River Plate—, insiste con su inocencia. * * * Pero Lombardi está muy lejos de esa realidad. “Vos vas a ser abogado y tenés que tener más criterio que yo”, le dijo William a su amigo Sebastián, en una charla desde el penal que quedó registrada en el juicio por Acro. Y “Lomba”, parece, lo escuchó. Por tener más criterio, contactos, falta de pruebas o tal vez suerte, zafó de la cárcel en al menos dos ocasiones. La primera fue en el caso Sianzi, donde escuchó la sentencia a Alan sentado a su lado, en el banquillo de los acusados. Los jueces dictaminaron que, a pesar de lo que indicaban los testigos y la lógica misma, no había pruebas suficientes para condenarlo y lo dejaron libre. También tuvo esa fortuna cuando fue parte de la investigación judicial durante el caso Acro, donde se llegó a tener la firme sospecha de que había estado planeando una fuga para los hermanos Schenkler. Lombardi tuvo suerte. Mucha. Desde el 2011, año en que los hermanos fueron condenados a perpetua, la vida del “Lomba” mejoró notoriamente. En mayo del 2012 se convirtió en presidente de Truck SA, una empresa de Ituzaingó que comercializa al por mayor y al por menor la reparación de todo tipo de vehículos. En junio de ese año llegó a ser accionista de Estudio Niceto SR, un lugar en el corazón de Palermo donde se graban y grabaron programas del canal América, como Animales sueltos, el show de Alejandro Fantino donde Javier Milei se hizo famoso. En el 2014 Lombardi probó que había hecho buenas migas con algunos en ese canal, y se convirtió en accionista de Biopass SA y en vicepresidente de Prosaco SA. Son dos constructoras de edificios residenciales cuyo presidente es Agustín Vila, el hijo de Daniel, uno de los dueños de América. La lista es larga y sigue: en el 2016 fundó Jusoli SRL, una productora de “actividades artísticas, recreativas y de entretenimiento”, en el 2019 se convirtió en el accionista principal de Empresa integral de Limpieza SA y en socio de Servicios y Asistencias SRL, en el 2021 en socio de Smart Label SA, una empresa de consultoría informática, y en 2022 hizo lo mismo con Virtual PRO SA, especializada en telecomunicaciones. Lombardi, diría su amigo barrabrava y asesino William Schenkler, tuvo criterio, tanto que terminó metido en el medio de una decena de empresas de las actividades más diversas. De haber estado involucrado en resonantes causas policiales junto a criminales temibles a figurar en los directorios de sociedades tan disímiles como constructoras, artísticas, tecnológicas, de limpieza o de eventos. Sin escalas. Pero la que más interesa a esta historia es JLYS SRL. Esa fue una empresa que “Lomba” fundó el 11 de enero del 2016 junto con Yanina Smurra, y a la que luego se sumó como gerente Patricio Parachu, hasta entonces el fotógrafo de los eventos que organizaba. Hasta el 19 de octubre del 2017, esta compañía se dedicaba al “transporte terrestre de pasajeros mediante autobuses, automóviles y cualquier otra clase de vehículos”, lo que en criollo podría llamarse una remisería. Sin embargo, aquel día el emprendimiento de Lombardi daría un giro radical, y empezaría a “producir, comercializar, organizar y representar espectáculos de todo tipo”. Una transformación total, a la que además se le agrega un dato bastante llamativo: al día de hoy JLYS SRL no tiene ni tuvo empleados. Debe ser una titánica tarea para el abogado organizar eventos entre él y sus dos socios, aunque “Lomba” parece estar acostumbrado. Sus firmas Smart Label SA, Virtual PRO SA, y Jusoli SRL tampoco registran un solo empleado. Pero la que se cruza con Milei es JLYS SRL. Esa es la empresa que el libertario —o alguien de su espacio— contrató para que a su vez alquilara el Luna Park para el acto del 14 de noviembre del 2021. “01-11-2021, CUIT 30715280414, JLYS SRL, ALQUILER SALA, $453.750,00”, dice la rendición de campaña que presentó La Libertad Avanza, un informe de cuentas que entregó demorado —fue el último partido de la Capital en hacerlo, lo mismo que había sucedido con esta fuerza en las PASO—. El mundo de interrogantes que se abre es infinito. La primera duda es casi naif. ¿Por qué necesita el espacio de Milei que una productora contrate el Luna Park? ¿No lo pueden hacer ellos mismos, como habían hecho en las PASO, que se encargaron por su propia cuenta de conseguir el subsuelo del Gran View, un hotel cerca del Congreso? De cualquier manera, las grandes preguntas van por otro lado. ¿Cuál es la relación de La Libertad Avanza, el partido que juzga de inmorales al resto de los políticos, con el hombre que se movía como uno más en el submundo de la barrabrava de River? Y, teniendo en cuenta que el alquiler del Luna Park cuesta más de ocho millones de pesos —cifra dieciséis veces superior a la que se declaró—, está también la gran duda de todas: ¿Cuál fue el valor real de esta transacción? ¿Quién puso la plata? ¿Quién se la quedó? Si esto es mentira, ¿qué más es mentira? * * * El Luna Park podría ser la mirilla desde la cual observar el verdadero rostro de La Libertad Avanza y, como decía la fuente en la estación de servicio, finalmente entenderlo. Por qué no solo la historia sobre el alquiler del estadio y la promiscua relación con “Lomba” no cierra. Hay más. Por un lado, contrataron a empresas que pertenecían a importantes dirigentes de su propio espacio. Es decir que usaron la plata del Estado para pagarse entre ellos, la definición exacta de lo que es “la casta” para Milei. Pero, además, para ese evento contrataron a otra compañía totalmente irregular. Era Macro Insumos y Soluciones S.A., a la que le pagaron —por lo menos— $1.030.015 por “servicios empresariales no clasificados en otra parte”. Es toda una rareza. Es que esa sociedad tiene como fin la “comercialización, importación y exportación de insumos médicos y accesorios para el diagnóstico y tratamiento”, por lo que no se justifica que en la factura de La Libertad Avanza el gasto haya aparecido como “servicios empresariales no clasificados en otra parte”. La medicina y cualquiera de sus derivados están clasificadas dentro del marco regulatorio de la AFIP, ¿por qué eligieron esa categoría que es, justamente, para rubros que no están inscriptos? Quizá sea porque esa noche, como figura entre los gastos del espacio, ya habían contratado al Grupo Semec S.R.L para los “servicios de coordinación general de ambulancias y médicos”, tarea para la cual abonaron $484.000. De cualquier manera, este es el menor de los interrogantes. Es que esa empresa, que nació en octubre del 2020 de la mano de Andreina Revenga y María Gabriela Terán, dos venezolanas sin ningún título o formación (la primera es cocinera), no solo no registra empleados sino que ni siquiera tiene una web activa desde la cual ofrecer sus servicios. Curiosa manera de venderse. Apenas tiene una página de Facebook, que tiene una sola publicación de fines de diciembre de ese año, y ni siquiera tiene un seguidor. Es decir, ni las propias creadoras de la marca se molestaron en darle like a su emprendimiento. Y si esto también es mentira, ¿qué de todo en el mundo Milei es verdad?
Abran paso: llegó Javier Milei
Para el arranque del 2023, momento en que sucedió la reunión en la estación de servicio, la figura del libertario estaba en pleno apogeo. No había una sola encuesta que no lo situara entre el 15 y el 20% de intención de voto, mientras que la gran mayoría lo mostraba como el dirigente con mejor imagen del país. Parecía que no había nada que pudiera parar su crecimiento: ni el trasfondo del Luna Park, ni la verdad sobre Conan y el desequilibrio emocional de su dueño, y ni siquiera las declaraciones que había hecho en los meses previos en las que se mostraba a favor de cosas tan insólitas como la venta de órganos o de niños. Milei era una topadora. Su espacio estaba por cumplir dos años de vida. La Libertad Avanza había nacido como un proyecto novedoso y afuera de la lógica de la grieta que nucleaba a liberales, libertarios, conservadores, pañuelos celestes, nacionalistas duros, e influencers, una alianza variopinta que había sabido interpretar muy bien el clima de época. En un país de binomios, el lento declinar de la fuerza rupturista que había traído el auge del feminismo en el 2018 había dejado paso a todos los que no se habían sentido parte de esa convocatoria. En 2021, acompañando un fenómeno que sucedía en el mundo entero, llegaba a Argentina el despertar de una reacción contraria al avance progresista. A la cabeza de eso quedó Milei. Él era una figura extravagante y con pasado de economista mediático, con ideas que sonaban a nuevas que, combinadas con la dosis justa de insultos y gritos y el particular toque de su pelo largo, lo habían transformado en un personaje prácticamente irresistible. Su nombre en la televisión daba rating y en las redes daba clicks, una combinación ideal para la era del recorte de videos en WhatsApp, Twitter, e Instagram (es el político argentino con más seguidores, por arriba de Cristina Kirchner y Mauricio Macri). Si Brasil tuvo a Bolsonaro y Estados Unidos a Trump, muchos vieron o quisieron ver a Milei como la encarnación argentina de estos. La combinación de Milei y La Libertad Avanza, sumadas a los índices de inflación y a la debacle del Frente de Todos que sucedía luego de la debacle del macrismo, produjeron algo totalmente fuera de registro. Un espacio de seis meses de edad, cuyo líder no había participado ni siquiera en una elección universitaria, con un amplio porcentaje de militantes sin ninguna experiencia política, sacó 17% de los votos en las legislativas del 2021. Y sucedió en el corazón del país, en el lugar de donde salieron los últimos dos presidentes. La Libertad Avanza consiguió dos bancas en la Cámara de Diputados de la Nación, cinco en la Legislatura porteña, una en la legislatura de La Rioja, más otra que conseguirían al año siguiente en Tierra del Fuego. Pero también lograron algo más intangible pero más importante. Pusieron en jaque el equilibrio de fuerzas entre el kirchnerismo y el macrismo, la postal inalterable de la política argentina desde 2007 hasta hoy. Milei se convirtió en el fantasma que amenazaba el rentable juego de la grieta y, con la sutileza de una trompada en la mandíbula, corrió el eje de cualquier discusión. La privatización de todas las empresas públicas, la dolarización de la economía argentina, la guerra declarada contra el progresismo, el feminismo y la “ideología de género”, la destrucción del Banco Central, la eliminación total de la obra pública, la libre portación de armas, la abolición del salario mínimo, la negación de los treinta mil desaparecidos y la defensa a ultranza de la libertad de mercado y de la “libertad” en general pasaron a ser, gracias a él, elenco estable de las ideas de la política. Milei transformó temas tabú en placas de televisión, títulos de medios y aplausos en las redes sociales con tanta facilidad y tanto éxito que obligó a todos a prestarle atención a su fórmula casi mágica. El recién llegado pasó de alumno a maestro en cuestión de semanas, e hizo algo más: avisó que había una “batalla cultural”, una guerra invisible por el sentido común de los ciudadanos, en el suelo argentino. Y que era él quien la estaba ganando. Ante el pánico por su crecimiento y, sobre todo, por la fuga de votos, Juntos por el Cambio pegó un volantazo. Hizo lo que ya había hecho en España el Partido Popular ante la irrupción de VOX: obligado por la aparición de un pez grande en su misma pecera, migró su discurso hacia posiciones mucho más duras. Los halcones fueron más halcones que nunca y empezaron a gritar como Milei, a incorporar sus tesis y a buscar pelea con sus mismos enemigos. “A mí no me corren más con el discurso progre cínico, no me lo banco más, ¿dónde mierda están las prioridades?”, dijo Macri en la presentación de uno de sus libros, en octubre del 2022. Era el mismo dirigente que cuando llegó al sillón de Rivadavia le gustaba mirarse en el espejo de Barack Obama y de la socialdemocracia europea. Fue, además, el primer insulto en público que hizo en su carrera política. “Los gritos, los insultos, no hablan de mí, hablan de ustedes”, había dicho en su última apertura de sesiones del Congreso cuando era presidente, mientras diputados kirchneristas lo toreaban desde sus bancadas. Tres años después, los insultos y gritos seguían sin hablar de Macri: hablaban de Javier Milei y de la falta de respuestas de los halcones ante su aparición en la política. Por eso es que la entonces presidenta del PRO, Patricia Bullrich, le juró al fundador del partido que antes de que llegara el momento de votar al nuevo presidente iba a “traerle la cabeza” de Milei, que iba a lograr que el economista se sumara al partido. Una promesa que no pudo cumplir. Para las palomas de la oposición el desafío fue aún más duro. Hacer convivir las grandes tesis de este bando de la oposición, como el diálogo y la sana convivencia democrática, con los nuevos modos e ideas en danza era una tarea digna de contorsionistas. Horacio Rodríguez Larreta, líder de esta ala, tuvo que salir de su lugar de confort para ensayar opiniones en las que a todas luces no creía. Por ejemplo, el gobierno porteño pasó de dictar talleres de lenguaje inclusivo para sus empleados y de publicar flyers sobre salud sexual usando la letra X a prohibir el lenguaje inclusivo en las escuelas en junio del 2022. Larreta, en persona, pasó de estar de acuerdo con un impuesto a la vivienda ociosa —octubre 2021, en una entrevista con Ernesto Tenembaum y Jairo Straccia— a “no apoyar un impuesto a las viviendas vacías” —octubre 2022, en una entrevista con Luis Novaresio—. Un año antes de las elecciones, este sector perdía fuerza en las encuestas frente a los halcones, que se habían adaptado mejor al clima de época. El peronismo, por su parte, siguió con atención este tembladeral en el corazón del adversario, a pesar de que cuando Milei se lanzó a la arena política lo tomaron como poco menos que un chiste. Pero luego del 17% el histórico movimiento empezó a tener en cuenta al libertario, sea para levantarlo como el gran cuco de la política —y así bajarle el precio al macrismo—, o para imaginarlo como un aliado táctico a futuro que garantizara robarle votos a la oposición. Para el 2023 intendentes del peronismo de todo el país se pasaban entre ellos un talonario que imaginaba cuánto saldría financiar a un candidato local que lograra el okey de Milei para competir dentro de su lista, mientras que gobernadores prestaban ayuda financiera o logística para los desembarcos del liberal en sus provincias. En plena crisis política y económica del Frente de Todos, el libertario —y los votos que lograra arrebatarle a Juntos— prometían ser un aliado indispensable para intentar mantener el poder. “Estamos rogando que Milei saque muchos votos, eso habla de que hemos perdido el norte”, dijo Fernando “Chino” Navarro, secretario de Alberto Fernández, en un rapto de sinceridad en una entrevista. Es que Milei hizo mucho más que sacudir la escena: se plantó en el centro de la agenda, obligó a todos los actores a seguirle el ritmo y se terminó transformando en uno de los dueños de la pelota. A partir del 14 de noviembre del 2021 no hubo un solo plan de las dos grandes fuerzas para las elecciones nacionales que no tuviera en cuenta al economista y a sus votantes. De esta manera Milei provocó un tsunami en toda regla y reescribió la política argentina. Transformó palabras como “impuestos”, “diálogo”, “Estado”, “progresismo” en pecados que solo los valientes se animaban a pronunciar, mientras que “libertad”, “liberalismo”, “casta”, e insultos de todo tipo pasaron a ser sloganes taquilleros. Peronistas históricos, radicales de varias generaciones, macristas confesos y kirchneristas arrepentidos borraron su pasado con el codo y empezaron a autoproclamarse “liberales” de toda la vida, con la intención de ver mejorar sus números en las redes sociales y en las encuestas. Fue un crecimiento que tuvo en cuenta no solo la política sino también el círculo rojo. Milei pasó de ser, en el mejor de los casos, el economista de pelos largos que decía por televisión ideas que los empresarios no se animaban a decir en público a convertirse en un actor relevante del ecosistema. Hombres y mujeres de todas las industrias empezaron a consultarlo y a llamarlo para sus cócteles y eventos. El clímax de esta escalada fue cuando lo invitaron por primera vez al exclusivo Foro Llao Llao, a mitad del 2022 en el mítico hotel barilochense. Esa es la reunión cumbre del jet set local que tuvo presencias de popes como Marcos Galperín, de Mercado Libre, Martín Migoya, de Globant, Eduardo Elsztain, de IRSA, Sebastián Bagó, de Laboratorios Bagó, Carlos Miguens, del Grupo Miguens Bemberg, entre otros. Era la prueba de que Milei había entrado por la puerta grande a la política vernácula, una realidad que también se notaba en las costosas cenas que organizaba el diputado. Comer con él, una práctica típica de un dirigente que busca financiación, costaba de tres mil a diez mil dólares por persona, una tarea de recaudación que llevaba adelante con mucho celo Karina, su hermana. Pero el libertario quería más. Era el “elegido” del “número uno” para cumplir una misión divina, y la profecía decía que tenía que ser el sucesor de Alberto Fernández. Los números lo acompañaban: después de su sorprendente debut político, varias consultoras hasta lo imaginaban entrando a un ballotage. Sus seguidores, los Gastones del país y los que lo seguían desde su época televisiva, soñaban con lo mismo. Eran, en su mayoría, trabajadores en relación de dependencia o profesionales de primera generación, ciudadanos a los que cada aumento del alquiler les duele, imagen muy alejada a la del “cheto” que votaba a Álvaro Alsogaray en los noventa. De hecho, los fans del “león”, que en su mayoría eran hombres, se apropiaron de tradiciones culturales típicas de los partidos masivos, como los bombos y los cantos de cancha. Crearon su propia versión de “llegó la JP”, para entonarla cuando su líder entraba a los actos y para echarle nafta a sus sueños presidenciales. Abran paso, llegó Javier Milei Ponga huevo, la casta va a correr Militamos con el corazón Este año la Rosada es del León. * * * Esta era solo la cara visible de Milei y de La Libertad Avanza, la que mostraban ante la sociedad y con la que habían sacudido el escenario político. Para también había otra, tan lejos de la que aparecía ante el público que era muy difícil distinguir cuál era la real y cuál la fachada. En el espacio anticasta se hacía exactamente lo contrario a lo que se decía. En el 2021, en su debut político, el libertario y el frente habían puesto a la venta los cargos legislativos de la lista. No es un eufemismo: los lugares para la Legislatura porteña en la boleta de La Libertad Avanza estuvieron disponibles para el mejor postor. El que salió más caro costó U$S500 mil, una fortuna para cualquier argentino promedio de la que se desconoce su paradero. Lo único que está claro es que esos miles de dólares no fueron destinados a hacer una “Argentina grande otra vez”, como suelen decir los mileisistas, jugando con el slogan trumpista. A otros puestos en la lista Milei los canjeó por los sellos que le habían permitido presentarse a las elecciones. Fue una acción que fue devuelta a los prestadores (los dueños del partido Unite y del MID), comerciantes de la política cuya única ideología son las ganancias, con distintos negocios suculentos. Todo bien lejos de la idea de la meritocracia y de los valores históricos del liberalismo. Esta trama oculta se manejó en extrema reserva durante la campaña del 2021 (ver capítulo “2021”), y la conocieron solamente los involucrados y los que se beneficiaron de ella. Pero al año siguiente, luego de llegar a ser diputado, Milei dio un paso en falso. Quizás mareado por el 17% y por el círculo de fanáticos que le repetía que iba a ser el próximo presidente, hizo una jugada de más. Aprobó una purga masiva de militantes y dirigentes, una estudiada operación que comandaron su hermana —apoyada en lo que las cartas de tarot le decían, que le señalaban quién era “un traidor” y quién no — y el operador Carlos Kikuchi, el entonces recién llegado monje negro que había sido asesor de Domingo Cavallo en la etapa de este como ministro de Economía. A mitad del 2022 echaron o corrieron de cualquier lugar de decisión a muchos que habían fundado el espacio y que tenían voz propia, la espalda suficiente como para discutir con el líder o a militantes que, sencillamente, creían en las “ideas de la libertad”. Aunque eran muy distintos entre sí, todos los expulsados tenían algo en común: no estaban dispuestos a estar cerca de “la casta” y mucho menos a hacer negocios o alianzas con ella, postulado que repetía Milei en los estudios de televisión y que había sido precisamente lo que los había acercado en un primer momento a La Libertad Avanza. Fue en la brutal razzia donde el libertario empezó a mostrar la hilacha. Es que ahí dejó en evidencia que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de llegar a encabezar una boleta presidencial. Incluso si eso suponía poner una parte importante de la lista, en cada provincia y en cada localidad, a la venta. Kikuchi, en privado, era aún más crudo. “Es que con ustedes no se puede negociar”, dijo en una de las reuniones en que comunicó despidos, ante militantes que habían escuchado decenas de veces a Milei decir que con “la casta” no había que negociar nada. A Mila Zurbriggen, la presidenta de la juventud libertaria que se fue del espacio con durísimas acusaciones, el operador le fue aún más crudo: “Los lugares los van a ocupar los que pongan más plata”. Eso sucedió a mitad del año pasado. En el arranque del 2023, a meses de las elecciones, la situación había escalado a otro nivel. Milei estaba cerrando, a lo largo y a lo ancho del país, con los históricos candidatos de las terceras fuerzas locales, hombres y mujeres que pasaron por el peronismo y la oposición según qué le conviniera al oficialismo de turno de cada lugar.
En criollo: el proclamado anarcocapitalista estaba en la cama con políticos que hace décadas o generaciones vivían de eso, que siempre fueron funcionales a las necesidades del momento, y que no tenían absolutamente nada que ver con lo que el espacio decía ser —con Ricardo Bussi, el hijo orgulloso del genocida tucumano para el cual Milei trabajó, como caso estrella—. Y para lograr esto estaban amenazando y echando a todos los liberales de cada localidad, y lo hacían porque los nuevos candidatos aportaban plata a la campaña —¿o a los bolsillos?— de Milei. El economista, que había estado seis años con una importante deuda ante la AFIP pesándole sobre la espalda, pasó en el 2021 de vivir en un tres ambientes en una calle oscura en el Abasto a una casa con patio en un coqueto country de Benavídez, y de tener un solo traje con el que se paseaba en todos los canales de televisión —uno viejo, gastado y a rayas, que le quedaba grande— a varios de las marcas más exclusivas. Había un abismo entre quien Milei decía ser y quién era en realidad. ¿Cuál era, entonces, la verdad?
JUAN LUIS GONZÁLEZ (Buenos Aires, 1992) es periodista político. Trabaja en la revista Noticias, es colaborador de Anfibia, profesor en la escuela de periodismo de Perfil y conductor en FM Milenium. Ganó un premio Adepa por una entrevista a la “Liebre” Gómez, el comisario de Pinamar que liberó la zona para el asesinato de José Luis Cabezas. Estudia Historia en la Universidad de Buenos Aires. Investiga a la nueva derecha desde principios de 2021…